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COMPAÑEROS DE PUPITRE
COMPAÑEROS DE PUPITRE
por Nicolás Barroso Olaya
NICOLÁS BARROSO OLAYA | DIARIO DE CÁDIZ 26.10.2013
Nacimos a la vida en Cádiz en 1948, rodeados de mar y ello de por sí ya imprime carácter. Abrimos los ojos a la Religión y al Arte, contemplando una Inmaculada de Murillo lo que, bien pensado, también tiene su influencia. Nuestros profesores vestían de negro de los pies a la cabeza y nos hablaban de usted, lo que curiosamente nunca sirvió de cortafuegos para la afectividad, ni para el respeto. Pasamos nuestra infancia en el viejo caserón de Santa Inés que antaño fue la casa de la Constitución de 1812, pero eso no nos lo dijeron. Nuestra banda sonora, fue una letanía diaria que empezaba por Atienza, Barroso, Bellido, Calvo, Campe…..y terminaba en Tovar. Éramos simplemente, niños de San Felipe. Vivíamos en una dictadura, pero tampoco nos lo dijeron. Sólo asistíamos perplejos a desfiles que parecían procesiones y a procesiones que parecían desfiles. Nuestra principal preocupación, como la de todos los niños, era jugar. A las bolas, durante el otoño, en la calle Virgili o al pincho, en los arriates invernales de la plaza de San Antonio. La primavera nos sorprendía en la Plaza Mina jugando al fútbol con pelotas de trapo y porterías de farolas. Cuando llegaba el verano nos desplazábamos a la Alameda y a nuestros juegos se incorporaban las niñas.
Las casas de todos, estaban siempre abiertas para los demás con lo cual nuestra familia, era notablemente amplia. Nos cruzábamos en la calle con Pemán y con el Beni. También con Vicente el Largo y Carlos el Legionario. Disfrutábamos tirando bolas de nieve en las Fiestas Típicas que curiosamente, en nuestras casas seguían llamando Carnavales. En la adolescencia pasamos al Colegio de Extramuros pero lo hicimos en bloque. Siempre juntos. Días de vino y rosas con novias esperando en cierros y casapuertas. Fuimos a la universidad y con ello sufrimos la primera diáspora. La segunda fue cuando empezamos a trabajar y nos repartimos por la geografía.
Entre nosotros no surgieron eminencias, pero todos ocupamos puestos clave en la Medicina, la Ingeniería, la Arquitectura, la Justicia, la Iglesia, la Enseñanza, la Milicia o el Comercio. Nos hemos dedicado tan sólo a hacer lo mejor posible, lo que teníamos que hacer. Como nos lo enseñaron. De paso, nos casamos, formamos familia y contribuimos activamente al advenimiento de la Democracia.
Un escalofrío nos recorre, cuando recordamos a los que ya nos están
entre nosotros. Los echamos de menos. Jamás hemos mirado a nadie por
encima del hombro y conservamos el bendito sentido del
humor gaditano que nos permite reírnos con, nunca de. En este año,
nos estamos jubilando con la alegría del deber cumplido. Y seguiremos
siempre juntos hasta que Ella nos acompañe en el último
viaje. No somos más que una promoción de ciudadanos que los
Marianistas entregaron a la sociedad gaditana, que siguen aspirando a
ser libres, justos y benéficos.
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NUESTRO PEQUEÑO MUNDO
by José Mª Jurado
Cuando Pepe Álvarez Práxedes,
ínclito Presidente de la Asociación de Antiguos Alumnos, nos animó a que
nosotros, los del 63, celebráramos nuestro cincuentenario, nos pusimos en
marcha.
Aceptada la sugerencia y con
derroche de originalidad creamos ¡ una comisión! que con la ayuda del citado ínclito, de Carlos Duque y el
master-web Martín Periñán nos facilitaron las cosas y las listas de antiguos
compañeros. El resto del trabajo encomendado es fácil de imaginar: localización
y actualización de direcciones avance de
programa etc. Decidimos dar cabida desde
los que hicieron Preu, a los que se
marcharon en algún momento a estudiar otras carreras (Náutica, Peritos,
Magisterio etc.)
Los motivos de la reunión que pretendíamos son obvios:
compartir lo que tenemos en común, rememorar aquellas circunstancias que nos unieron unos años,
echar un ratito gaditano de convivencia y recuerdos, todo un rescate
sentimental de los años cruciales en los que definiríamos lo que pretendíamos
ser y hacer en la vida, con la enorme fortuna de tener la educación más liberal, pero seria, de la época y porque la
nuestra fue una generación que ha vivido de todo, marcados siempre por la
música. Aquél año de 1963 nosotros dejábamos el Colegio y nacían The Beatles,
grupo que nos acompañó en nuestros
proyectos de vida hasta que paralelamente a la consecución de los mismos, los de Liverpool se disolvían.
Pasamos del She loves you, yeah al Le ti be, del pelo corto al más largo.
Del guateque de
azotea a la boite, primero, y después a la discoteca. De la media combinación del Cortijo de los
Rosales al cubata y de ahí al Whisky Cardhu. Del tocadiscos Lavis y los discos
de 45 rpm o los LP al CD y al MP3. De la tele en blanco y negro al plasma
Por no hablar de toda la
revolución que supuso el mundo informático, internet y toda la casquería de las
modernas tecnologías que relegaron a las viejas Olivetti que nos arreglaron la
vida en su momento
Del baile agarrao y juntitos pasamos al frenético twist
(Popotitos, Ya viene la plaga). De los Beatles y sus imitadores (Los Mustang,
Los Brincos) que el padre de Manolo Martín de Mora traía cada domingo al
Cortijo, a Serrat y Sabina. El impacto musical produjo que algunos compañeros
tuvieran sus propios conjuntos y cito sólo a los de primera división como
Telestar (del inimitable Pacoty), Abunai (Älvaro Domínguez, Fernando Alcina…),
Simuns (José Mari y Nono Ábalo) Los TK (Miguel Huguet) Pasamos de las monedas
de dos reales, la perra gorda, la perra chica y la inefable peseta al aséptico
euro.
Por citar tan sólo algunos
acontecimientos positivos hemos sido testigos de la llegada del hombre a la
Luna, del ocaso y fin del franquismo, la democracia, la Monarquía y Europa.
Algún compañero decía, señalando con la mano, que éramos una generación “de
coco y huevo”
Y muchos más acontecimientos
en los mundos de la economía, la
ciencia, el derecho, la medicina, el deporte y todos los etcéteras que se
quieran añadir y que forman nuestro pequeño mundo al que nos hemos asomado en la jornada del
Cincuentenario con un enorme bagaje acumulado y que hemos compartido durante
unas horas en el Colegio, el Oratorio y el Casino Gaditano.
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Os voy a
dar el coñazo con otro “Gran relato” como denomina Martín Periñán, a uno de sus epígrafes de la pág. principal
de nuestro blog. A este lo llamaré:
TU PADRE... ¿DE QUÉ COLOR TIENE LA CARA?
A
mi padre, en Cádiz, se le conocía por “el ruso”, cosa que, como es lógico, me
enteré ya de mayor. Un día, estando en 5º o 6º de bachillerato, no sé si ellos
lo recordarán, se me acercaron Quique García Agulló y Né Solano y me
preguntaron confidencialmente: “Oye
Maqueque ¿tú en el colegio has sentido algún complejo porque tu padre era
ruso?”. Les contesté que no y, aunque creo que no se lo creyeron, ahí quedó
la cosa.
Después con el paso de los años recordé una
conversación que tuve allá por ¿4º de
bachillerato?, 13años más o menos, con Fernando Gonzáles Franco en la plaza de
la Fuente de las tortugas, en el Paseo de Canalejas,
intercambiando cromos de Nestlé del álbum las Maravillas del Universo esperando
al Coco. Estábamos los dos enseñándonos las estampas repetidas para
cambiárnoslas y de repente, sin venir a cuento, me preguntó en voz baja, como
cortado por el atrevimiento, pero queriendo salir de dudas de una vez por
todas: “¿Tu padre de qué color tiene la
cara?”. Extrañado y sorprendido por la pregunta y dudando porque, a decir
verdad, no me la esperaba, le dije que mi padre era blanco como él. No me dijo
nada, y seguimos los dos cambiando estampitas y tan amigos.
Pero
a mí la pregunta me desniveló. No es que me obsesionara, ni nada. Pero por la
noche, acostado ya en la cama, se me vino la pregunta a la cabeza. ¿Por qué me
hizo Fernando esa pregunta? Y empecé a reinar y a reinar y lo achaqué, porque eso sí lo sabía, a que en España
había habido personas a las que se les
llamaba “rojos” porque eran comunistas, y como mi padre era ruso y los
comunistas eran los rusos, mi padre
tenía que tener la cara roja. ¡Porque lo de la cara, lo recuerdo perfectamente!
¡Vete tú a
saber lo que habrían hablado en su casa y lo que había entendido el pobre de mi
amigo Fernando!
Marcos Zilbermann Morales
_____________________________________________________________________________Marcos Zilbermann Morales
MI PRIMERA MAÑANA DE COLEGIO
Tenía siete años recién
cumplidos el primer día que fui al colegio de los Marianistas de San Felipe
Neri. Al de extramuros como se decía por aquél entonces. Cuando atravesé el
túnel de entrada, vi el patio del colegio lleno de alumnos y profesores.
Aquello era una multitud de gente
gritando, jugando, corriendo, dándose empujones. Estaba solo, perdido y muerto de
miedo. No sabía lo que hacer.
Todo el mundo estaba situado en
el campo de baloncesto que había en la puerta lateral de la iglesia y en sus
alrededores. Al toque de un silbato, se fueron poniendo todos en fila. El griterío se transformó en
murmullo y posteriormente en silencio.
Cuando ahora lo recuerdo me sonrío, pero
entonces… Entonces no conocía a nadie. Temblando me acerqué a ellos y de
repente vi una cara conocida. Era Juan Lamet. Aunque mayor que yo, a Juan lo
conocía de Puerta Tierra, concretamente de La Laguna porque yo era amigo de su
hermano Quino. Sin decirle ni mú, me puse detrás suya con mi maleta y
cuando su clase entró en la Iglesia me fui detrás de él, callado como un mudo
porque a los mayores se les tenía mucho respeto, hasta miedo.
Al colegio fui sólo el primer
día. No me llevó nadie. Desde mi casa, el camino al colegio por la Carretera
General, que así era como se llamaba entonces a la Avenida, no tenía ningún
problema para los que vivíamos por la zona de Vista Hermosa, La Laguna o el
Balneario. Con frecuencia teníamos que ir a San José. Para pelarnos, para ir a
misa a los Salesianos atravesando su huerta, o a el “kiosco del Paso”, de
tablones verdes, donde vendían El Capitán Trueno. Al Kiosco le llamaban así porque comunicaba la Carretera General con la
vía del tren a la altura más o menos del paso a nivel de la segunda Aguada. El
Capitán Trueno lo compraba uno de Sevilla que lo coleccionaba y los tres o
cuatro que le acompañábamos, nos sentábamos en los arcos –que entonces llegaban
por ese lado de la carretera hasta San José – y ahí lo leíamos en comandita.
Nuestros padres nos dejaban andar por esa zona. Era territorio conocido y
seguro para nosotros. Por la carretera
apenas pasaban coches y no había ningún peligro. Los de Puerta de Tierra
esperando al Coco incluso jugábamos a la pelota.
Total que como era territorio
seguro, mi madre, ese día, después de desayunar me dio la maleta de cuero
marrón reluciente, me dio un beso y ¡Hala, al colegio! ... Lo malo fue, como ya
he contado, cuando entré en él.
Siguiendo con el relato, en la
Iglesia me senté al lado de Juan y por instinto natural hice todo lo que él hacía. Me ponía de
rodillas, me sentaba, me levantaba… y cuando los alumnos se pusieron en fila
para ir a comulgar me levanté del asiento como hizo Juan, y detrás de él,
comulgué sin haber hecho la Primera Comunión. ¡Yo que sabía! ¡No tenía ni idea!
Al salir de la iglesia lo seguí
hasta su clase sin dirigirle la palabra y me senté en un pupitre detrás suya.
Empezó la clase, pasaron lista y el profesor, creo que era D. Francisco
Huidobro, cuando al rato me vio más chico que los demás, desde la pizarra me
preguntó: -“Y usted, ¿Cómo se llama?”-
Me levanté del pupitre pero ya no pude más.
Todo el miedo, toda la tensión que tenía acumulada desde que entré en el
colegio, explotó y rompí a llorar como
un descosido. Entre hipidos dije mi nombre y traté de explicar que yo al único
que conocía era a Juan y que por eso me había ido detrás de él, que no sabía
dónde tenía que ir…
Entonces Juan, se levantó y le
dijo al profesor: - “Este es amigo de mi
hermano Quino”-
Y ya el profesor consolándome,
me cogió de la mano y me llevo a mi clase de 3ª A junto a Quino Lamet.
Marcos Zilbermann Morales
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